… mi pasión, gracias a mi padre, era la ornitología, y, en primer lugar, los wild geese. O sea, los ánsares o gansos salvajes, esos grandes y huraños pájaros nómadas que, nacidos en las tundras primaverales de Escandinavia, ya desheladas, pasan el invierno reunidos en grandes bandadas, en Europa, antes de volver en marzo o abril a sus lares nórdicos para repetir el ciclo. Iba a verlos en las marismas cerca de Dublín y me fascinaban. Cuando me enteré por un conocido naturalista, Michael Rowan, de que casi 100.000 ánsares comunes invernaban en el Coto de Doñana, en la desembocadura del Guadalquivir a dos pasos de África, apenas me lo podía creer. ¿Tan al sur iban?. Ian Gibson. Aventuras Ibéricas.
2 de febrero, día internacional de los humedales. Visité por vez primera las lagunas de Villafáfila (Zamora) en los años en que cursaba la licenciatura de Biología. Fue un descubrimiento: los gansos, las diferentes especies de anátidas, las avutardas, las difíciles limícolas, que intentaba identificar con el recién adquirido Peterson (la edición de 1987) … Entonces el principal aliciente de estos humedales era observar sus enormes concentraciones de gansos.





Avutardas, ánade friso y fochas comunes
Hace 25 años Villafáfila era el segundo lugar más importante para la invernada de la especie en la Península: 40.000 ejemplares, solo por detrás de los 80.000 de Doñana, principal cuartel de la población europea. Pero los ánsares comunes ya no viajan tan al sur. Han dejado de hacerlo y la tendencia continúa. Es una consecuencia más del cambio climático. Las cifras son elocuentes. El año pasado invernaron en Villafáfila 800 ánsares. Este invierno el censo máximo ha sido de 700 ejemplares en el mes de diciembre. Una reducción drástica que también se ha observado en Doñana: el censo de invierno de 2021-22 fue de 12.000 individuos, 10.000 el año siguiente y en el invierno 2023-24, 4.300. El número ha ido disminuyendo progresivamente debido al menor nivel de inundación de la marisma y al cambio climático. Los gansos prefieren ahorrarse unos cuantos miles de kilómetros y optan por pasar el invierno en Alemania, Bélgica, Francia o -sobre todo- Países Bajos, si no encuentran nieve y las condiciones climatológicas son más benignas.
Por el contrario, cada vez se ven más aves en la meseta que antes no eran habituales tan al norte. Este invierno Villafáfila ha acogido 13 flamencos. En el mismo sentido hay que interpretar los elevados censos (más de 500 ejemplares), las últimas temporadas, del invernante tarro blanco.
Nos acercamos a Villafáfila todos los años, al menos un par de jornadas. Esta vez entramos por Tapioles, haciendo una primera parada en la Laguna de Barillos. En los campos de cultivo, a ambos lados de la carretera, es muy fácil observar grupos de avutardas. Un privilegio que nos otorga la naturaleza. Actualmente unos 2.500 ejemplares se desenvuelven en el entorno del espacio natural, con densidades muy elevadas. Así que, no es raro encontrarse con turistas de diferentes países de Europa avutardeando por la zona, habida cuenta de la belleza de esta ave esteparia.
Desde el pueblo de Villafáfila tomamos uno de los caminos que, cruzando el Puente de Villarigo, conduce a la Salina Grande de Otero de Sariegos. Otero es un pueblo fantasma, paradigma de la despoblación rural. La tarde es soleada, con muy buena temperatura para esta época del año, lo que nos permite disfrutar plácidamente, desde el mirador de la laguna, de la presencia de gansos, tarros, azulones, cucharas, frisos, rabudos, porrones, fochas, avefrías, avocetas, garcetas grandes…. Es difícil no sentirse acompañado. La vida que bulle en la Salina contrasta con el atroz abandono del pueblo que se encuentra al pie mismo de ella.
Al caer la tarde volvemos a Barillos para contemplar las grullas; regresan de las áreas de campeo hacia esta laguna que utilizan como dormidero. Muy pronto, a lo largo del mes de febrero, empezarán a retornar a sus zonas de cría en el norte de Europa. Es nuestra personal despedida.
Reivindica el biólogo Stephan Durand una poética de la atención: sentirse concernido con todo lo vivo (y con el prójimo). Atención y emoción. Frecuentarse, acompañarse. Recomponer la trama que nos une con el mundo de lo silvestre. Podríamos empezar -nos dice Durand- aceptando que nos levante al alba el canto de un mirlo… e incluso esperarlo, anhelarlo y agradecerlo…


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